miércoles, 26 de enero de 2011


Libertad Lamarque cantando “Viva el Perú y sereno”

Fuente: El Comercio

Hace una década, el 12 diciembre del 2000, murió la dama del tango que gracias al cine mexicano, donde fue reina del melodrama, se proyectó a todo el continente. También cantó, con entusiasmo en sus giras peruanas, valses criollos

Lunes 13 de diciembre de 2010



Por Fernando Vivas


Mi primer recuerdo de Libertad no es tango, es melodrama. Ella muere con un rictus que parece una sonrisa, pues quiere ocultar que en realidad ha sufrido toda la película (“El pecado de una madre” de 1962) y ese fin no se debe entender como una tragedia sino como el triunfo de la abnegación. ¡Dios!, era tan buena que, para un cinéfilo templado de divas sensuales y malditas, me empezó a caer pesada, como una mezcla de Doris Day y Lana Turner a la mexicana con dejo argentino.

Hasta que la vi en un melodrama químicamente puro, “La mujer sin lágrimas” (1952),donde la sola idea de alguien que queda seca de tanto llorar conmueve tanto que te provoca relevarla en el llanto. Sentí que su bendita abnegación era dolorosísima y trascendente porque se proyectaba con claridad narrativa y calidad actoral a toda una vida, que era el sacrificio del sexo en aras de la maternidad y la virginidad, dos conceptos que en apariencia nada tienen que ver, pero que los melodramas chirriantes lo hacían uno solo. Y caí en la cuenta de que el sacrificio de su personaje se proyecta a toda su filmografía: Libertad, por lo general, se consagra a los hijos o queda solterona. Rara vez humedeció sus labios con los de Arturo de Córdova, su mejor esposo de mentira, pues los problemas de la familia le sorbían el seso. Como si la argentina tuviera que pagar, con su pacatería y castidad forzadas, las culpas de María Félix, de Dolores del Río y de todas las rumberas que pecaban en el Distrito Federal.

Ya en “Gran casino” (1947), su debut mexicano, se la ve algo desadaptada, igual que a Luis Buñuel, que también debutó con esa cinta en Churubusco. Si don Luis luego se adaptó y sacó la vuelta a las convenciones con su soterrada genialidad, Libertad se asimiló a México de otra forma: se esmeró, obediente, en encarnar a las hembras dolientes en los dramas más absurdos, llegados los 60 no se acomplejó por hacer de madrina cucufata de los nuevaoleros César Costa o Enrique Guzmán, recuperó el estrellato en los 70 y en los 80, cuando podía retirarse en la gloria, fue abuelita de telenovela.

Si sobrevivió a tanta ficción sin perder ni la fama ni su intrínseca libertad, fue porque nunca dejó de cantar el tango como Malena, o sea como ninguna, sin perder ni el histrionismo de las grandes divas, ni la intensidad de los machos gardelianos, ni la gravedad de las letras aunque las gorjeara con su voz de soprano. Uno de mis más persistentes recuerdos musicales de ese cine que me hacía sentir en una patria común es “Madreselva”. Me suena tan bien que no podría faltarle el respeto al ave canora que pone tanta convicción cuando, a la enredadera que trepa la vieja pared del arrabal, le canta: “si todos los años tus flores renacen /¿por qué no vuelve mi primer amor?”.

RENCOR JUSTICIALISTA

Con ese respeto pude entrar a un santuario dedicado a Libertad. Daniel Roca Alcázar, diplomático peruano, ha recopilado toda la memorabilia posible sobre la diva. Ella misma lo ayudó a expandir su colección que incluye hasta el librito, desteñido y sibilino, que escribió su primer marido Emilio Romero en la década de los 40, cuando ella ya había olvidado a quien la llevó al extremo de intentar suicidarse en 1935 y se había asociado felizmente a Alfredo Malerva, el hombre de su vida que le compuso “Besos brujos”. Daniel me desasnó sobre las películas argentinas de Libertad, donde exhibe la femineidad seductora que reprimió el cine mexicano, y me dio su versión, conversada con ella, de su salida forzada de Buenos Aires: No le dio una bofetada a Eva Perón, que eso es leyenda urbana, pero sí le mostró cierta displicencia que provocó que la favorita de Perón la convirtiera en una apestada. “Mientras el justicialismo gobierne Argentina, Libertad nunca será del todo reivindicada en su tierra”, remata Daniel.

Pero México la acogió y a través de su cine y de sus giras, los latinos la establecimos como referente continental. Daniel cita de memoria las fechas en las que vino al Perú desde 1935 cuando cantó en el Municipal hasta 1982. Cantaba lo que el público mandaba, el tango, pero con el tiempo fue incorporando boleros, rancheras y uno que otro vals criollo gorjeado con tono dulzón. En “Acuérdate de vivir” (1953) cantó “Desdén”, en “Ansiedad” (1953), “Estrellita del sur” y en “Negro es un bello color” (1974), “Fina estampa”. Junto a “La historia de mi vida” de Cavagnaro, son todos los temas peruanos que grabó en disco. Pero cantó otros. Daniel ha rescatado, y me entrega para compartirlo, una grabación de radio La Crónica de 1958 de “Viva el Perú y sereno” acompañada de Luis Abanto Morales, Alberto Luque y Modesto Pastor, y presentada por David Odría. Lo hizo tan bien que terminó en una pequeña descarga criolla. La Libertad se jaranea.

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